jueves, 10 de mayo de 2012

EPÍSTOLA A LOS EUROPEOS


B.D.- En verdad os digo, hermanos europeos, sois como niños. No sabéis distinguir el bien del mal, lo hermoso de lo feo, lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso. Vivís en un caos y ya no sabéis organizar ese caos porque han confundido vuestro espíritu. Es por eso que vuestro mundo se os ha vuelto incomprensible.
Habéis seguido las enseñanzas de malos maestros que os han inculcado el veneno del relativismo y que os han hecho creer que todas las cosas valían por igual. También han pretendido que existía una moral común para todos los hombres. Han pretendido que las diferencias no existían ni entre los hombres ni entre los sexos. Esos errores los habéis enseñado a vuestros hijos, dejados a su aire, por miedo a ejercer vuestra autoridad. Ya no les enseñaís nada. Habéis dilapidado el capital de vuestra civilización, hermanos míos. Y eso para nada, porque en verdad, esos malos pastores os han conducidos por la vía del nihilismo.
Ahora tendréis que volver a aprender todo lo que habéis olvidado y ese aprendizaje será doloroso, hermanos míos.
Deberéis aprender de nuevo que los hombres son diversos y que su valor reposa precisamente sobre sus diferencias y no sobre lo que puedan tener en común. Además tienen poco en común, incluso por su misma naturaleza. Eso también os lo han ocultado, pero que la llamada inmigración os obliga a redescubrir hoy. Lo que crea el valor de la condición humana reside en lo que no es común a todos los hombres, ya que sólo la animalidad es común a todos.
Váis a tener que volver a aprender que el hombre no es la medida común de todas las cosas. Habéis divinizado al hombre e instaurado su culto. Para vuestros ancestros los dioses se hacían hombres. Pero habéis invertido el panteón europeo al pretender que el hombre era superior a todo, incluso a los dioses. Seréis castigados por ello, hermanos míos.
Descubrís hoy con espanto que un mundo reducido al único horizonte de la vida humana, la vuestra, está vacía de sentido y sin esperanza, que el olvido de los dioses y los héroes os conducen a la nada, que la dominación del becerro de oro ha empequeñecido no el mundo, como creéis ingenuamente, pero sí el horizonte de vuestra triste vida. Vuestras vidas han perdido todo sentido y habéis sido condenados, además a vivir cada vez más tiempo. Eso es el infierno, hermanos míos.
Pretendéis haberos liberado de los dioses y de no creeer más que en la razón, pero en realidad cedéis hoy en todo frente a los que han sabido guardar su fe en lo que sobrepasa la dimensión humana.
Vuestros malos pastores han prometido, con sus melosas palabras, conduciros hacia el paraiso terrenal. Pero el paraiso no puede existir sobre la tierra. El paraiso se sitúa no en el porvenir sino en el pasado del cual habéis sido expulsados para siempre, y lo váis a experimentar duramente otra vez, hermanos míos.
Vuestra vida se ha reducido a su dimensión material, luego a la obsolescencia y al consumo en las llamas de la necesidad, porque el sistema económico que habéis establecido reposa sobre la renovación permanente del consumo de las mercancias. Ya no sois más que un engranage de la economía, una capacidad de comprar y una fuerza de trabajo al servicio de los mercaderes. Y eso a la condición de que no encuentren en otras partes del mundo una mano de obra más barata o más dócil.
Ahora descubrís que os habéis vuelto descartables, como los bienes materiales que no dejaís de comprar sin sentido, sólo porque obedecéis las órdenes de la publicidad. En verdad os habéis convertido en mercancias vosotros mismos. Vuestra vida no tiene otro valor que el ser moneda de cambio.
¡Pobres de aquellos que no tienen nada porque han perdido toda posiblilidad de existir en ese infierno económico!
En verdad os digo que habeís perdido la memoria del hombre. Creéis ser los primeros hombres y que la Historia ha empezado con vosotros. Pero sois ignorantes y presuntuosos a la vez, hermanos míos.
Las civilizaciones humanas son más antiguas que esta. Otras han existido antes y el recuerdo de ellas se ha perdido, de la misma manera que se ha desvanecido la memoria de los cataclismos y de las tribulaciones que las golpearon.
Habéis también olvidado la naturaleza del hombre y su violencia. Pero este olvido no os protegerá del juicio de la Historia, ya que padeceréis la violencia de otros hombres, contra la cual no habéis sabido protegeros. Vuestros malos pastores pretenden asegurar vuestra seguridad cuando en realidad han destruido las fronteras, los Estados, las instituciones, las culturas y las disciplinas que podían proteger a los hombres contra ellos mismos.
Vivís en la ilusión de ser capaces de imponer a todos los pueblos de la tierra, con lo que creéis ser vuestra superioridad material, vuestras curiosas creencias. Pero esta ilusión también se desvanecerá, hermanos míos. Vuestros malos pastores os ocultan que sois cada vez menos numerosos, que vuestra civilización ha envejecido y que ya no sois capaces de imponer gran cosa a nadie. Los demás pueblos ya no creen en vosotros y ya no os temen. Se instalan en vuestras casas sin ninguna reacción de vuestra parte. Ya no tenéis el monopolio del saber, y menos aun el de la fuerza.
En verdad sois como esclavos.
Ya no tenés ni patria ni familia ni identidad: sólo tenéis amos. Pero todavía amáis a vuestra servidumbre porque creéis que os garantizará el bienestar material. ¡Esta ilusión también se desvanecerá!
Vuestros malos pastores pretenden que sois cada vez más libres, pero os engañan. Os han entregado a las leyes despiadadas de la economía y al egoismo de aquellos que la dirigen. Os han sometido a las leyes de la materia, oscureciendo vuestro espíritu y destruyendo todo aquello que os podía proteger. A eso le llaman libertad. Lo que llaman hoy la democracia no es más que la máscara de la esclavitud, la servidumbre económica y la abyección moral, hermanos míos. Esos malo profetas os han transformado en individuos, átomos humanos que se agitan creyendo encontrar en ellos mismo su única razón de vivir. Esta ilusión también se disipará.
En verdad, ya se disipa pero vuestros ojos no lo ven, vuestros oidos no lo oyen, porque sólo véis el mundo a través de las pantallas que vuestros malos pastores han erigido alrededor de vosotros para ocultar la verdad.
En verdad entráis en la caverna: confundís las sombras que se reflejan sobre los muros con la realidad. Os habéis convertido en idólatras ya que confundis las imágenes con la realidad de las cosas.
No queda otra solución que la de salir de la caverna y romper todos estos ídolos, hermanos míos. ¡Tomad vuestro martillo y golpead fuerte!

Fuente: Alerta Digital