En medio del caos que vive México, de la guerra sin cuartel entre carteles de la droga y ejército, el orden y la justicia han vuelto. Ha vuelto de la mano -armada- de comunidades tradicionales del país. Comunidades humildes, hartas de la delincuencia, el chantaje y el terror de los narcos por un lado; de la ineficacia y corrupción del Estado que dice protegerles por otro. Un último secuestro, el del comisario de Rancho Nuevo, ha sido suficiente para prender la mecha de la rebelión. Tapados con pasamontañas y armados con rifles de caza, los vecinos de Costa Chica han tomado el control de todas sus calles, de todos sus accesos y salidas, rastreando en busca de delincuentes. No están dispuestos a seguir sufriendo los coletazos de un conflicto instigado tras uno de los negocios más lucrativos del mundo, amparado y sostenido por quienes a miles de kilómetros saborean sus mieles.
Han detenido a 54 delincuentes. Permanecen retenidos en el pueblo, a la espera de un juicio popular, cuya legalidad nace de la propia Constitución. Cada vez más municipios se suman al ejercicio de su autodefensa. El gobierno mexicano mira con preocupación. Los carteles miran con preocupación. En más de un despacho de la isla de Manhattan se mira con preocupación. Esta noche, ellos volverán a patrullar.