El encuentro de los tres vivos y los tres muertos, es una de las más clásicas alegorías medievales en torno a la muerte y por ende, al mismo sentido de la vida, y es opuesta a la visión descaradamente vitalista (e incluso nihilista) que trasmite la Danza Macabra, la otra gran alegoría mortuoria medieval.
Su origen parece estar en la crisis espiritual qué vivió Europa en el siglo XIV, ligada a fenómenos como la peste negra o la Guerra de los 100 Años, que recordarán al hombre de aquel de entonces, la naturaleza breve que tiene la vida humana y la necesidad de dar a esta, un sentido que trascienda de las mismas sombras de la muerte, muy en consonancia con la idea del buen morir o“ars moriendi”.
La leyenda cuenta la historia de tres jóvenes de diferente sexos en la plenitud de su vida, que durante una cacería sufren el encuentro con tres horripilantes cadáveres animados de carne putrefacta y cubiertos apenas por sus raídos sudarios. Los jóvenes, ante la indescriptible visión, tratarán de huir a lomos de sus corceles, pero los aparecidos pronunciarán entonces una aterradora sentencia: Tu fui, ego eris (lo que soy, tú serás), lo cual recordará a los inconscientes mancebos la brevedad de sus pequeñas existencias y que los placeres, al igual que la juventud, son efímeros, siendo necesario encauzar ésta, hacia fines excelsos más allá del hedonismo y la autocomplacencia.
En estos tiempos vacuos y vulgares, de ocio descerebrante y absoluta carencia de valores, creemos que el recordatorio que dicho relato lleva consigo, deberíamos tenerlo presente más que nunca, enfocando nuestras vidas hacia algo más que llenar el buche y satisfacer nuestros bajos deseos, pues llegarán un día en que todas esas viandas se tornarán amargas cenizas en nuestros labios y lamentaremos el tiempo despreciado que bien podríamos haber empleado en la consecución de logros trascendentes, tanto para nosotros como para nuestros semejantes.