domingo, 13 de enero de 2013

Fuertes de espíritu

Todos hemos oído hasta la saciedad la frase de inspiración darwinista, ”sólo los fuertes sobreviven”. Si bien dicha frase es una verdad como un puño, su deformación y uso pedestre ha servido de pretexto para justificar actos y políticas absolutamente inexcusables desde un punto de vista moral. La clave en este caso (igual que en muchos otros), es una cuestión meramente dialéctica, basada en qué es lo que nosotros entendemos por ser fuerte.
Obviamente, no entendemos como fuerte aquel que goza de una superioridad física, en absoluto. Un individuo brutal y contundente nunca será alguien realmente fuerte, simplemente será cómo mucho, un matón salvaje que impone a los demás un modelo de vida o unas determinadas pautas de conducta, por puro miedo y no por convencimiento, y todos sabemos que nada implantado de ese modo tiene la más mínima continuación en el tiempo. Pero desde luego, tampoco entendemos como fuerza la exclusiva superioridad intelectual y rechazamos el modelo  del maquiavélico, del conspirador cobarde aunque astuto, capaz de manipular a los demás para la consecución de un fin a menudo egoísta, siempre desde las sombras y escudándose tras otros, aquel que acepta la terrible falacia de el fin justifica los medios y lleva a cabo actos inenarrables por un objetivo supuestamente puro o excelso (el cual queda inmediatamente mancillado y pervertido).
Para nosotros, la fuerza radica en la fuerza de espíritu, que es la conjunción de las anteriores, regulada y conducida por un estricto sentido del honor y la de la justicia. El fuerte de espíritu es aquel que es amable y tolerante con los más débiles, es aquel que se bate con sus enemigos con honor, sabiendo que la violencia es el último recurso, aunque cuando no hay más remedio es aquel que nunca rehuye el combate ni deja a un camarada en la estacada. Es aquel que forja tanto el cuerpo como el alma, pero lo hace con humildad, sabiendo que la perfección dista mucho de su alcance, aquel que usa su fortaleza en nombre de la justicia y la pone al servicio del bien social (aunque para ello tengo que infringir a veces a la ley), aquel que aunque inteligente, nunca cae en la trampa del egocentrismo y la autocomplaciencia, aquel que rechaza los laureles en nombre del deber, aquel que prefiere el gesto amable y puro a la mirada arrogante…
Esa es nuestra fuerza y no es otra, siempre fuertes de espíritu, siempre zentropistas…

Todos hemos oído hasta la saciedad la frase de inspiración darwinista, ”sólo los fuertes sobreviven”. Si bien dicha frase es una verdad como un puño, su deformación y uso pedestre ha servido de pretexto para justificar actos y políticas absolutamente inexcusables desde un punto de vista moral. La clave en este caso (igual que en muchos otros), es una cuestión meramente dialéctica, basada en qué es lo que nosotros entendemos por ser fuerte.
Obviamente, no entendemos como fuerte aquel que goza de una superioridad física, en absoluto. Un individuo brutal y contundente nunca será alguien realmente fuerte, simplemente será cómo mucho, un matón salvaje que impone a los demás un modelo de vida o unas determinadas pautas de conducta, por puro miedo y no por convencimiento, y todos sabemos que nada implantado de ese modo tiene la más mínima continuación en el tiempo. Pero desde luego, tampoco entendemos como fuerza la exclusiva superioridad intelectual y rechazamos el modelo  del maquiavélico, del conspirador cobarde aunque astuto, capaz de manipular a los demás para la consecución de un fin a menudo egoísta, siempre desde las sombras y escudándose tras otros, aquel que acepta la terrible falacia de el fin justifica los medios y lleva a cabo actos inenarrables por un objetivo supuestamente puro o excelso (el cual queda inmediatamente mancillado y pervertido).
Para nosotros, la fuerza radica en la fuerza de espíritu, que es la conjunción de las anteriores, regulada y conducida por un estricto sentido del honor y la de la justicia. El fuerte de espíritu es aquel que es amable y tolerante con los más débiles, es aquel que se bate con sus enemigos con honor, sabiendo que la violencia es el último recurso, aunque cuando no hay más remedio es aquel que nunca rehuye el combate ni deja a un camarada en la estacada. Es aquel que forja tanto el cuerpo como el alma, pero lo hace con humildad, sabiendo que la perfección dista mucho de su alcance, aquel que usa su fortaleza en nombre de la justicia y la pone al servicio del bien social (aunque para ello tengo que infringir a veces a la ley), aquel que aunque inteligente, nunca cae en la trampa del egocentrismo y la autocomplaciencia, aquel que rechaza los laureles en nombre del deber, aquel que prefiere el gesto amable y puro a la mirada arrogante…
Esa es nuestra fuerza y no es otra, siempre fuertes de espíritu, siempre zentropistas…